viernes, 14 de septiembre de 2007

Despertares

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A menudo caemos en la ilusión de que nuestro futuro se decide en el mañana, como si el presente fuera pasado y el pasado ya fuera historia. Creemos que debemos esforzarnos y buscar los pasos apropiados para un buen provenir, invirtiendo toda nuestra energía en luchar para el mañana. Recopilamos datos del pasado e intentamos dar coherencia mental a nuestra trayectoria y, a partir de la idea que tengamos de nosotros mismos, planeamos, soñamos y dudamos con el mañana. No solo pasamos de pasado a futuro en un solo instante, sino que solemos hacerlo centenares de veces al día, anclándonos en la idea de los Polos sin mirar lo que hay en el medio.

Nuestra mente juega con nosotros y nos atrapa entre pensamientos de la más diferencial índole. ¿Futuro angustiado?, cualquier tiempo pasado fue mejor
Intentamos dar respuesta a todo cuanto nos rodea, sentimos o hacemos entre los dos puntos diferenciales de nuestra historia: pasado y futuro. Solo cuando dejamos de pensar y empezamos a ser conscientes de cada instante, disfrutamos del presente.

Un presente cargado de historias. Invisibles para el cerebro, luminosas para el corazón. Oscuras en la cotidianidad pero exclusivas en el instante.
Cuando empezamos a vivir percibiendo más que pensando es cuando realmente nos sentimos vivos. Entonces se es capaz de disfrutar de una puesta de sol, una brisa, el sabor de la comida, la caricia de una mirada, el sonido de un pájaro concreto…

En las cosas más sutiles está la enigmática sensación de sentirse conectado con la vida. Parecido a un despertar placentero que plantea una nueva dimensión de ti mismo.

Es un satori, un sentirse testigo de aquel preciso momento. Olvidas de donde vienes y a donde vas, lo único importante es que estás allí, en aquel preciso momento y lugar para presenciar el espectáculo de la Naturaleza. Y la Naturaleza está en todas partes, en cualquier espacio donde se es capaz de observar belleza: un bosque frondoso, el oleaje del mar, la sintonía de colores del cielo, el gesto de ayuda entre dos desconocidos, la sonrisa inocente de los niños, las miradas misteriosas de los animales…

Estés donde estés, puede ser un regalo del destino si te limitas a ser testigo del momento. Si miras a tu alrededor sin prejuicios ni valoraciones personales, la energía del lugar te envuelve para ofrecerte una nueva enseñanza de la existencia.

La presencia en un mismo lugar por un tiempo prolongado, hace más difícil tener conciencia de a cada instante. La confianza y el conocimiento empiezan a guiar los pasos y nos olvidamos de presenciar cada momento. Nuestra conducta se acostumbra a los preceptos del sistema y se acomoda en una falsa seguridad.

Paseamos sin observar el camino porque ya conocemos lo que nos espera en la esquina siguiente. Olvidamos observar los edificios, los árboles o la gente. Nuestro estado de alerta baja y caemos adormecidos en una cotidianidad rutinaria. Una prisa sin fin que nos aleja del momento presente, que nos aleja de ese Gerundio de Gasset para convertirnos en un Seré continúo.


Así pues, negamos lo más evidente de la existencia: vivir el momento presente. Descartes lo matizó desde otro punto de vista con su Cogito ergo sum, aunque la finalidad de esa frase no fuera recapacitar acerca de vivir cada instante.

Y entre tanto, nos creemos dueños de nuestra vida, apresada en un porvenir de planificaciones y metas. Como si el recorrido no tuviera importancia en nuestra vida y solo eleváramos a la categoría máxima los objetivos de futuro.

1 comentarios:

Anónimo dijo...
9 de diciembre de 2007, 18:17  

... (Sin palabras)...

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