viernes, 28 de noviembre de 2008

Manipulación a la Boloñesa

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Estupendo análisis de José Luis Pardo en un artículo publicado por el diario El País (no muy usual...) el 10 de Noviembre del 2008. El texto versa sobre la manipulación mediática al que está sometido el debate sobre el plan Bolonia. He adjuntado una respuesta de un lector en la sección de cartas al director del mismo diario.La manipulación está servida… Para más información sobr el 'Plan Bolonia' ir a ‘Descargas’.

La descomposición de la Universidad

El "proceso de Bolonia" pretende facilitar la incorporación de los licenciados a la sociedad. En realidad, esconde tras sus promesas un zarpazo que puede ser mortal para las estructuras de la enseñanza pública.

‘‘Como sucede a menudo en política, la manera más segura de acallar toda resistencia contra un proceso regresivo y empobrecedor es exhibirlo ante la opinión pública de acuerdo con la demagógica estrategia que consiste en decirle a la gente, a propósito de tal proceso, exclusivamente lo que le agradará escuchar. Así, en el caso que nos ocupa, las autoridades encargadas de gestionar la reforma de las universidades que se está culminando en nuestro país -sea cual sea su lugar en el espectro político parlamentario- han presentado sistemáticamente este asunto como una saludable evolución al final de la cual se habrá conseguido que la práctica totalidad de los titulados superiores encuentren un empleo cualificado al acabar sus estudios, que los estudiantes puedan moverse libremente de una universidad europea a otra y que los diplomas expedidos por estas instituciones tengan la misma validez en todo el territorio de la Unión.

Es una reconversión cultural para reducir el tamaño de los centros en función del mercado.
El profesorado pasa a subsector de producción de conocimientos para la industria y la banca.

Una vez establecido propagandísticamente que el llamado "proceso de Bolonia" consiste en esto y solamente en esto, nada resulta más sencillo que estigmatizar a quienes tenemos reservas críticas contra ese proceso como una caterva de locos irresponsables que, ya sea por defender anacrónicos privilegios corporativistas o por pertenecer a las huestes antisistema del Doctor Maligno, quieren que siga aumentando el paro entre los licenciados y rechazan la homologación de títulos y las becas en el extranjero por pura perfidia burocrática. Vaya, pues, por adelantado que el autor de estas líneas también encuentra deseables esos objetivos así proclamados, y que si se tratase de ellos nada tendría que oponer a la presente transformación de los estudios superiores.

Sin embargo, lo que las autoridades políticas no dicen -y, seguramente, tampoco la opinión pública se muere por saberlo- es que bajo ese nombre pomposo se desarrolla en España una operación a la vez más simple y más compleja de reconversión cultural destinada a reducir drásticamente el tamaño de las universidades -y ello no por razones científicas, lo que acaso estuviera plenamente justificado, sino únicamente por motivos contables- y a someter enteramente su régimen de funcionamiento a las necesidades del mercado y a las exigencias de las empresas, futuras empleadoras de sus titulados; una operación que, por lo demás, se encuadra en el contexto generalizado de descomposición de las instituciones características del Estado social de derecho y que concuerda con otros ejemplos financieramente sangrantes de subordinación de las arcas públicas al beneficio privado a que estamos asistiendo últimamente.

Habrá muchos para quienes estas tres cosas (la disminución del espacio universitario, la desaparición de la autonomía académica frente al mercado y la liquidación del Estado social) resulten harto convenientes, pero es preferible llamar a las cosas por su nombre y no presentar como una "revolución pedagógica" o un radical y beneficioso "cambio de paradigma" lo que sólo es un ajuste duro y un zarpazo mortal para las estructuras de la enseñanza pública, así como tomar plena conciencia de las consecuencias que implican las decisiones que en este sentido se están tomando. De estas consecuencias querría destacar al menos las tres que siguen.

1. La "sociedad del conocimiento". Este sintagma, casi convertido en una marca publicitaria que designa el puerto en el que han de desembarcar las actuales reformas, esconde en su interior, por una parte, la sustitución de los contenidos cognoscitivos por sus contenedores, ya que se confunde -en un ejercicio de papanatismo simpar- la instalación de dispositivos tecnológicos de informática aplicada en todas las instituciones educativas con el progreso mismo de la ciencia, como si los ordenadores generasen espontáneamente sabiduría y no fuesen perfectamente compatibles con la estupidez, la falsedad y la mendacidad; y, por otra parte, el "conocimiento" así invocado, que ha perdido todo apellido que pudiera cualificarlo o concretarlo -como lo perdieron en su día las artes, oficios y profesiones para convertirse en lo que Marx llamaba "una gelatina de trabajo humano totalmente indiferenciado", calculable en dinero por unidad de tiempo-, es el dramático resultado de la destrucción de las articulaciones teóricas y doctrinales de la investigación científica para convertirlas en habilidades y destrezas cotizables en el mercado empresarial. La reciente adscripción de las universidades al ministerio de las empresas tecnológicas no anuncia únicamente la sustitución de la lógica del saber científico por la del beneficio empresarial en la distribución de conocimientos, sino la renuncia de los poderes públicos a dar prioridad a una enseñanza de calidad capaz de contrarrestar las consecuencias políticas de las desigualdades socioeconómicas.

2. El nuevo mercado del saber. Cuando los defensores de la "sociedad del conocimiento" (con
Anthony Giddens a la cabeza) afirman que el mercado laboral del futuro requerirá una mayoría de trabajadores con educación superior, no están refiriéndose a un aumento de cualificación científica sino más bien a lo contrario, a la necesidad de rebajar la cualificación de la enseñanza superior para adaptarla a las cambiantes necesidades mercantiles; que se exija la descomposición de los saberes científicos que antes configuraban la enseñanza superior y su reducción a las competencias requeridas en cada caso por el mercado de trabajo, y que además se destine a los individuos a proseguir esta "educación superior" a lo largo de toda su vida laboral es algo ya de por sí suficientemente expresivo: solamente una mano de obra (o de "conocimiento") completamente descualificada necesita una permanente recualificación, y sólo ella es apta -es decir, lo suficientemente inepta- para recibirla. Acaso por ello la nueva enseñanza universitaria empieza ya a denominarse "educación postsecundaria", es decir, una continuación indefinida de la enseñanza media (cosa especialmente preocupante en este país, en donde la reforma universitaria está siguiendo los mismos principios seudopedagógicos que han hecho de la educación secundaria el conocido desastre en que hoy está convertida): como confiesa el propio Giddens, la enseñanza superior va perdiendo, como profesión, el atractivo que en otro tiempo tuvo para algunos jóvenes de su generación, frente a otros empleos en la industria o la banca; y lo va perdiendo en la medida en que el profesorado universitario se va convirtiendo en un subsector de la "producción de conocimientos" para la industria y la banca.

3. El ocaso de los estudios superiores. No es de extrañar, por ello, que el "proceso" -de un modo genuinamente autóctono que ya no puede escudarse en instancias "europeas"- culmine en el atentado contra la profesión de profesor de bachillerato que denunciaba el pasado 3 de noviembre el Manifiesto publicado en este mismo periódico: reconociendo implícitamente el fracaso antes incluso de su implantación, la administración educativa admite que los nuevos títulos no capacitan a los egresados para la docencia, salida profesional casi exclusiva de los estudiantes de humanidades; pero, en lugar de complementarlos mediante unos conocimientos avanzados que paliarían el déficit de los contenidos científicos recortados, sustituye estos por un curso de orientación psicopedagógica que condena a los profesores y alumnos de secundaria a la indigencia intelectual y supone la desaparición a medio plazo de los estudios universitarios superiores en humanidades, ya que quienes necesitarían cursarlos se verán empujados por la necesidad a renunciar a ellos a favor del cursillo pedagógico.

Todos los que trabajamos en ella sabemos que la universidad española necesita urgentemente una reforma que ataje sus muchos males, pero no es eso lo que ahora estamos haciendo, entre otras cosas porque nadie se ha molestado en hacer de ellos un verdadero diagnóstico. Lo único que por ahora estamos haciendo, bajo una vaga e incontrastable promesa de competitividad futura, es destruir, abaratar y desmontar lo que había, introducir en la universidad el mismo malestar y desánimo que reinan en los institutos de secundaria, y ello sin ninguna idea rectora de cuál pueda ser el modelo al que nos estamos desplazando, porque seguramente no hay tal cosa, a menos que la pobreza cultural y la degradación del conocimiento en mercancía sean para alguien un modelo a imitar.’’

José Luis Pardo es catedrático de Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid.

Fuente: El País

Cartas al director (diario El País a 27 de novembre 2008)

EL PROCESO de BOLONIA

‘‘En un lúcido artículo publicado el pasado 10 de noviembre en estas páginas, Jose Luis Pardo reflexionaba acerca del llamado proceso de Bolonia. Resulta especialmente revelador el análisis de la estrategia propagandística que las autoridades utilizan para implantar el nuevo plan. El malestar en los centros públicos es evidente. Ha tomado cuerpo un movimiento de protesta que cuestiona la imposición de una reforma marcada por la opacidad informativa. Los estudiantes hemos asistido a un ejercicio de ocultación lamentable por parte de los responsables universitarios que, para silenciar las críticas, ha derivado en una operación de marketing que esconde el alcance real de la reforma bajo el paraguas de la convergencia europea.

Como lector habitual de este periódico me ha decepcionado la forma de abordar el conflicto. Las protestas de los estudiantes se contraponen reiteradamente con las carencias actuales de la educación superior en España. Se infiere, pues, que la aplicación de Bolonia es una necesidad urgente; la solución a nuestros problemas. Una reforma con implicaciones académicas y sociales tan profundas requiere una reflexión detenida que trascienda el ámbito universitario y no una campaña de imagen que eluda el debate.’’
Artur F. Ll.
Valencia.

martes, 25 de noviembre de 2008

Plan Bolonia: Mercantilización de la Universidad

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Hace ya 6 años que se aprobó la Ley orgánica de Universidades (LOU). Desde esa fecha se llevan desarrollando diferentes campañas de sensibilización e información (en el ámbito universitario) sobre la implantación de el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), vamos, el famoso plan Bolonia.

Como siempre, el ser humano no se moviliza hasta que las cosas se le vienen encima. Y es ahora, cuando empezamos a ver movilizaciones en contra del proceso de Bolonia, y por ende, comenzamos ver la noticia en los mass media y su brutal manipulación para afectar negativamente a la opinión pública.

Como se puede leer en fantástico artículo del profesor Candel, el proceso de Bolonia es una herramienta más (véase la constitución Europea) de manipulación y control por parte de la élite. Esto sumado a la poca empatía hacía el otro que muestra la sociedad occidental en estos momentos (en estos tiempos…), deja poco espacio para el activismo.

Si a este cóctel le añadimos un poco de manipulación mediática, la opinión pública se posiciona en contra de cualquier reivindicación, pese a que cualquiera puede tener un hijo, sobrino, nieto o primo camino de ir a la universidad.

En mi caso particular, aunque estudio Filosofía en la universidad, parece ser que tendremos unos años de impasse para acabar la carrera con el sistema que comenzamos (o eso nos han dicho). Aun así, no ha sido motivo para mirar al otro lado y darse cuenta de la mercantilización cultural a la que nos quieren someter (a todos!!!!).

Como alguna cosa he leído con respecto al Plan Bolonia, voy a exponer mis motivos de por qué me parece una herramienta más de manipulación y control. Para empezar y quien se lo quiera leer, aquí dejo la Declaración de Bolonia oficial. Los argumentos en contra son:

  1. La financiación pública se sustituye gradualmente por la inversión privada.
  2. Las grandes empresas entran en los organismos de dirección de las universidades, con el consiguiente tráfico de influencias empresariales.
  3. La enseñanza crítica-científica es reemplazada por programas de estudio orientados a los intereses del mercado.
  4. La productividad exigida a la Universidad traerá consigo la desaparición de carreras poco rentables y sus consiguientes puestos laborales.
  5. El primer ciclo educativo universitario (4 años de carrera) carece de especialización, y parece destinado a un mercado laboral flexible y precario.
  6. Se mercantiliza el segundo ciclo universitario, los máster se referirán al mismo contenido estudiado, triplicando su precio y sin programa de becas (que se sustituye por el programa de becas-préstamo, a devolver al final de la carrera).
  7. La aplicación del nuevo método universitario trae consigo la imposibilidad de estudiar si estás trabajando. El volumen de trabajo y la asistencia obligatoria a clase imposibilitarán (en muchos casos) continuar con la formación Universitaria. Por no hablar si haces clases mañana y tarde.
  8. La carga de trabajo para el docente se incrementa sin que esto se vea reflejado en sus condiciones laborales, lo mismo con el personal administrativo.
  9. La precariedad laboral y los contratos irregulares se institucionalizan a causa de la falta de financiación pública. La precariedad de los estudiantes de doctorados está más que asegurada.
  10. Servicios básicos de la universidad (reprografía, restauración, servicio de informática...) se externalizan con la notable pérdida de calidad en el servicio. Por lo tanto, volvemos al tráfico de influencias al que nos referíamos en el segundo punto.
¿Os podéis hacer una idea de cómo funciona la Universidad en los EEUU? Pues es lo que quieren implantar aquí. ¿Y sabéis que significa? Nuevo servicio financiero de ahorro para la universidad (como en las pelis americanas). Si todo acaba en lo mismo: dinero, dinero, dinero…

Black book of Bolonia (Libro negro de Bolonia) -
UBtopiaNo a BoloniaInfo Bolonia

Universidad: Bolonia s.XI – Bolonia s.XXI. Descanse en paz

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A continuación paso a reporducir un artículo sobre el proceso de Bolonia de Miguel Candel, miembro del Consejo Editorial de Sinpermiso. Es profesor de historia de la filosofía antigua y medieval en la Universidad de Barcelona.

"Había una vez una institución surgida en la Alta Edad Media de la necesidad de dotar a una sociedad desestructurada de cuadros profesionales capaces de sostener un embrión de administración que soldara, aunque fuera parcialmente, las dispersas piezas del mosaico feudal. El impulso inicial lo dio Carlomagno con su Escuela Palatina de Aquisgrán. Luego, la Iglesia, algunos reyes y grandes señores y, por fin, asociaciones (universitates) de estudiantes, de maestros o de unos y otros regaron la geografía europea de estudios generales o escuelas de artes y de facultades de derecho, medicina y teología, haciendo crecer poco a poco en el seno de una sociedad masivamente rural y teocrática los gérmenes, a duras penas preservados, del saber de los antiguos y enriqueciéndolos con las nuevas ideas que el desarrollo mercantil y urbano propiciaba.

Mucho más tarde, en la estela de la escolarización general impulsada a partir de las revoluciones burguesas del XVIII y el XIX, acabó surgiendo la universidad financiada por los Estados y abierta a un público cada vez más amplio, en sintonía con la creciente necesidad social de profesionales y con el deseo de amplios sectores de la población de adquirir una formación que facilitara su ascenso social.

Pues bien, el mismo sistema que en su fase de expansión inicial necesitaba masas crecientes de titulados superiores parece haber detectado una disfunción en el mantenimiento de esa tendencia. La conciencia de esa disfunción aparece ya en los años sesenta del siglo XX, y la clase dirigente reacciona con una andanada de reformas educativas que, a cambio de la universalización de la enseñanza, rebajan drásticamente su calidad y profundidad a fin de rebajar su coste. Dichas reformas, durante el siglo XX, afectaron fundamentalmente a los niveles primario y secundario del sistema educativo. Con la universidad se actuó con más cautela, por temor a reacciones "sesentayochescas" que pudieran contar con el apoyo de una izquierda anticapitalista todavía relativamente fuerte. Pero la victoria planetaria del mercantilismo a ultranza ha animado por fin al capital y a sus marionetas políticas a lanzar la ofensiva final contra el último reducto de una concepción del saber como derecho humano fundamental. Y lo que la historia dice que alcanzó su forma clásica en la Bolonia de finales del siglo XI, con una renombrada facultad de derecho, parece que va a ver pronto cerrado su ciclo vital como consecuencia de una serie de directrices promulgadas por unos cuantos tecnócratas bien pagados reunidos, para que el escarnio sea completo, en la Bolonia de comienzos del siglo XXI.

Bajo el pretexto formal de lograr la convergencia y armonización de titulaciones en el llamado Espacio Europeo de Educación Superior (nótese el buscado paralelismo con el Espacio Económico Europeo, síntesis de la antigua EFTA y la UE), sucesivos conciliábulos de presuntos "expertos" en educación, bien arropados por representantes de la "sociedad civil" (léase, de la gran empresa), han llegado a la conclusión de que el aumento constante de titulados superiores, en su mayoría ya no procedentes, para más inri, de la elite social, crea una presión insostenible sobre el mercado laboral. En efecto, la disonancia creciente entre títulos obtenidos y empleos ofrecidos genera, por un lado, en los estudiantes una frustración que puede acabar deslegitimando los mecanismos en que descansa la actual división del trabajo; y produce, por otro lado, entre los empresarios una progresiva resistencia a financiar con sus impuestos la formación de cuadros que ya no necesitan. Solución: a falta de poder frenar bruscamente el acceso a la universidad (lo que tampoco se descarta a medio plazo), se devalúan las titulaciones actuales por el sencillo expediente de poner más alto el listón profesional que hasta ahora se situaba en el nivel de la licenciatura: quien quiera acceder a aquellos puestos actualmente al alcance de los licenciados deberá, una vez obtenido un título anodinamente denominado "grado", cursar un mínimo de otros 60 créditos en un nuevo ciclo de posgrado que dará derecho al título que en América Latina se conoce como "maestría" o "magister" y que en España, sin nadie ya que sepa latín, para sacudirnos el justificado complejo de catetos y demostrar que sabemos inglés, llamamos pomposamente "master".

Pero eso solo no basta: de entrada, el precio de los créditos de posgrado cuadriplica, por término medio, el de los créditos de grado. Además, los posgrados serán "evaluados" periódicamente por comisiones ajenas a la universidad como tal, evaluación que tendrá en cuenta, entre otros factores, el nivel de matriculación (¡ay de los posgrados minoritarios!), la obtención o no de financiación privada y la "transferencia" de sus resultados a la esfera productiva (es decir, a las empresas).


Todo ello, last but not least, sazonado con indigestas dosis de "innovación docente" (léase: uso profuso de herramientas audiovisuales para todo –incluso para explicar la Metafísica de Aristóteles–, preferiblemente mediante "presentaciones" realizadas con una conocida aplicación de una conocida empresa norteamericana con sede en Seattle y propiedad de un conocido tiburón de la industria informática que se hace llamar cariñosamente Bill). Amén, claro está, de la introducción en la enseñanza universitaria de la insufrible parafernalia metodológica ya impuesta por los talibán de la teoría pedagógica (por lo general, ajenos a su práctica) en los niveles inferiores de la enseñanza. Metodología que consiste, básicamente, en que profesores y alumnos, a base de exhaustivas programaciones, evaluaciones y autoevaluaciones, hayan de dedicar más tiempo y esfuerzo a explicar cómo enseñan y estudian que a enseñar y estudiar.

Sería de agradecer que los intereses que hay detrás de la faramalla tecnocrática de "Bolonia XXI" se manifestaran de una vez sin tapujos y, en lugar de sepultarnos bajo toneladas de papeleo y toneles de verborrea pedagógica, nos dijeran algo tan simple y claro como: "Sobráis más de la mitad, chicos. El capital no os necesita ya. Buscaos la vida en otro lado". El presidente
Sarkozy se acerca bastante a este ideal de sinceridad. Pero aún le sobran para ello unos cuantos informes técnicos. Parece que la hipocresía, además de "tributo que paga el vicio a la virtud", sigue siendo herramienta necesaria de toda forma de dominio.

Miguel Candel

domingo, 16 de noviembre de 2008

En estos tiempos....

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En estos tiempos donde el individualismo recorre nuestra sociedad a sus anchas, donde el egoísmo forma parte del Yo más real y donde el tiempo tiene un coste económico (en detrimento de la empatía y a favor de la autocomplacencia), es difícil encontrar personas con algún tipo de compromiso más allá de su persona y su entorno.

En estos tiempos de crisis; donde el robo de la banca (y su connivencia con los políticos) se hace aun más evidente; es imposible reunir más de 5000 personas (en Barcelona) manifestándose por la estafa a la que nos están sometiendo los bancos desde hace décadas.

En estos tiempos donde la Universidad está sufriendo una metamorfosis hacía la privatización de la enseñanza (proceso Bolonia), donde ya casi no existe un compromiso con la Cultura y la Docencia por parte profesores y alumnos, donde la responsabilidad intelectual con y para la sociedad, se ha diluido favoreciendo al pensamiento único, queda manifiestado el poco espacio para el activismo y el cooperativismo.

En estos tiempos de acusado individualismo y focalización hacía uno mismo, existe un párrafo de Martin Niemöller, donde muestra el final al que estamos abocados si seguimos con este desprecio hacia cuestiones aparentemente ajenas.

“Primero vinieron por los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron por mí, pero para entonces ya no quedaba nadie que dijera nada.”

(Martin Niemöller 1892-1984)

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