
Observando a la sociedad de occidente del s.XXI se puede comprobar el estado de letargo en el que viven sus ciudadanos. La capacidad de movilización ha quedado mermada a costa de la complacencia de una vida fácil. Los anuncios y las películas han sustituido a los libros y el compromiso con el tiempo en el que se vive. Prueba de ello es la poca respuesta ciudadana a los altercados de Barcelona este último verano.
Esta desafección de las personas hacia los problemas ajenos tiene mucho que ver con la inducción al egoísmo y a la competencia de nuestro sistema socio económico. Egoísmo por basarse en una realidad material y posesiva. Competencia por mirar al vecino como a un adversario en vez de cómo a un amigo. Esta
contaminación social viene gestándose en los últimos lustros en la mayoría de países desarrollados.
Hay países donde esta
contaminación no ha llegado a apoderarse de la sociedad. Donde el sistema económico, en vez de procurar una vida digna a todas las personas, se preocupó de abastecer solo a unos pocos durante algunos años. Y la placidez de una vida fácil se convirtió para muchos en una verdadera supervivencia. Este es el caso de Sudamérica.
Después de la desaparición de ciertas dictaduras y de la pérdida de influencia de los EEUU en la zona, movimientos sociales emergentes están reclamando sus derechos, sus tierras, su historia…Hay un resurgimiento de la lucha social y una empatía por el otro casi intacta. Existe una conciencia colectiva que además, está en pleno funcionamiento.
La evidencia del maltrato del sistema financiero sobre el hemisferio sur, sumado a la preparación de la gente que puebla Sudamérica, hace pensar que no van a conformarse ante ciertas imposiciones. Ellos son, a día de hoy, un motivo de ejemplo para las demás culturas en este aspecto.
Descartando escenarios de izquierda totalitaria, esperemos ver el próximo paso de este gigante en movimiento. De sus gentes, de su fuerza prosocial en plena expansión, de su riqueza humana…Esperemos, además, que se contagie.