Ricardo Ortega, periodista de Antena 3, murió hace cuatro años en Haití mientras informaba del derrocamiento de Jean Bertrand-Aristide. Parece ser que este incansable buscador de la verdad no cayó por los tiros de los partidarios del ex dictador, sino como resultado de una ráfaga disparada por tropas extranjeras, posiblemente marines.
Acaba de hacerse público un auto que, junto a la propia investigación realizada in situ por la cadena, arrojan un resultado claro, aunque incompleto. La conclusión es que los autores de los disparos fueron tropas extranjeras y, de las presentes en Puerto Príncipe (la capital de Haití donde sucedieron los hechos) en aquel día, las francesas y las canadienses no efectuaron ningún tiro, mientras que los marines sí, y además con munición pesada, que coincide con las heridas encontradas en el cadáver por la autopsia realizada en España.
Cabe señalar que Ricardo había cubierto los sucesos del 11-S, fue corresponsal de Antena 3 durante la caída de las torres gemelas. En una de sus conexiones en directo con Matías Prats, contando lo que estaba viendo y oyendo, hizo referencia a unas explosiones justo antes del derrumbe, así como las diferentes densidades de humo que salían del WTC. Los videos de estas declaraciones están suprimidos de YouTube ([1] [2]. [3]), aquí os dejo la transcripción de dicho video.
Ahora que es tiempo de hipocresía, decir la verdad constituye un mínimo ejercicio de lealtad hacia quienes se juegan la vida por contar lo que realmente sucede. Una honestidad profesional cada vez más difícil cuando el trabajo periodístico depende de las órdenes y los salarios de los propietarios de los medios. Estos, cada vez más, forman parte de entramados de intereses económicos y políticos.
Y estos grupos empresarios no necesitan periodistas, necesitan amanuenses obedientes que solo escriban lo que les dictan.
Por eso Ricardo Ortega se había convertido en un periodista incómodo para el poder. A continuación se reproduce la columna de Rafael Poch, corresponsal de "La Vanguardia", donde esgrime que ‘el periodista muerto en Puerto Príncipe había sido cesado en otoño como corresponsal en Nueva York por petición expresa de La Moncloa.’
El periodista muerto en Puerto Príncipe había sido cesado en otoño como corresponsal en Nueva York por petición expresa de La Moncloa.
RAFAEL POCH - 08/03/2004 - / Pekín
Ricardo Ortega, el periodista español muerto ayer en Haití, había sido cesado en octubre como corresponsal en Nueva York de “Antena 3”, “por una presión expresa de La Moncloa”. Esas fueron las palabras de Ricardo en uno de los últimos intercambios de correo que mantuvimos. No fue una frase suelta, era un texto largo, con todo lujo de detalles y lleno de reflexiones amargas.
Gracias a los periodistas muertos, el público puede irse enterando de lo que es en realidad ésta profesión, en nuestra democrática y transparente sociedad. Un mundo de censura, autocensura, clientelismo y precariedad laboral. Un medio ambiente mediocre y corrupto, como el de la época de Brezhnev en la URSS. Un universo en el que ascienden los disciplinados y conformistas, con poco margen para el espíritu crítico que surge de la honestidad y de la elemental sensibilidad ante la injusticia.
Las crónicas de Ricardo durante la guerra de Irak no habían gustado. Desentonaban con el infame alineamiento del gobierno del PP. Ya le habían llamado la atención en varias ocasiones. En mensajes anteriores me adelantó, que la cosa acabaría estallando. Pero con Ricardo no era fácil. Era listo, inteligente. Sabía cómo maniobrar, practicar el posibilismo, torear a los mediocres censores. Así, lograba seguir diciendo cosas, incluso en una cadena de televisión de la España actual.
“Lo que siempre me temí, ya ha llegado”, me anunciaba en octubre. No tenía vuelta atrás, porque el cese venía “por una presión expresa de La Moncloa”, decía. Pedía consejo. ¿Qué hacer?
Con la alegría de quien no se está jugando su propio puesto de trabajo, le propuse el recetario de Don Quijote; poner en evidencia a los censores con escándalo. Lo más importante es no hacerles el juego, llamar a las cosas por su nombre. Llevar la honestidad hasta sus últimos extremos. Será un glorioso desastre para tu carrera, porque te sentirás orgulloso ante tu consciencia. (Seguir leyendo)
Cabe señalar que Ricardo había cubierto los sucesos del 11-S, fue corresponsal de Antena 3 durante la caída de las torres gemelas. En una de sus conexiones en directo con Matías Prats, contando lo que estaba viendo y oyendo, hizo referencia a unas explosiones justo antes del derrumbe, así como las diferentes densidades de humo que salían del WTC. Los videos de estas declaraciones están suprimidos de YouTube ([1] [2]. [3]), aquí os dejo la transcripción de dicho video.
Ahora que es tiempo de hipocresía, decir la verdad constituye un mínimo ejercicio de lealtad hacia quienes se juegan la vida por contar lo que realmente sucede. Una honestidad profesional cada vez más difícil cuando el trabajo periodístico depende de las órdenes y los salarios de los propietarios de los medios. Estos, cada vez más, forman parte de entramados de intereses económicos y políticos.
Y estos grupos empresarios no necesitan periodistas, necesitan amanuenses obedientes que solo escriban lo que les dictan.
Por eso Ricardo Ortega se había convertido en un periodista incómodo para el poder. A continuación se reproduce la columna de Rafael Poch, corresponsal de "La Vanguardia", donde esgrime que ‘el periodista muerto en Puerto Príncipe había sido cesado en otoño como corresponsal en Nueva York por petición expresa de La Moncloa.’
'Salgo para Haití'
El periodista muerto en Puerto Príncipe había sido cesado en otoño como corresponsal en Nueva York por petición expresa de La Moncloa.
RAFAEL POCH - 08/03/2004 - / Pekín
Ricardo Ortega, el periodista español muerto ayer en Haití, había sido cesado en octubre como corresponsal en Nueva York de “Antena 3”, “por una presión expresa de La Moncloa”. Esas fueron las palabras de Ricardo en uno de los últimos intercambios de correo que mantuvimos. No fue una frase suelta, era un texto largo, con todo lujo de detalles y lleno de reflexiones amargas.
Gracias a los periodistas muertos, el público puede irse enterando de lo que es en realidad ésta profesión, en nuestra democrática y transparente sociedad. Un mundo de censura, autocensura, clientelismo y precariedad laboral. Un medio ambiente mediocre y corrupto, como el de la época de Brezhnev en la URSS. Un universo en el que ascienden los disciplinados y conformistas, con poco margen para el espíritu crítico que surge de la honestidad y de la elemental sensibilidad ante la injusticia.
Las crónicas de Ricardo durante la guerra de Irak no habían gustado. Desentonaban con el infame alineamiento del gobierno del PP. Ya le habían llamado la atención en varias ocasiones. En mensajes anteriores me adelantó, que la cosa acabaría estallando. Pero con Ricardo no era fácil. Era listo, inteligente. Sabía cómo maniobrar, practicar el posibilismo, torear a los mediocres censores. Así, lograba seguir diciendo cosas, incluso en una cadena de televisión de la España actual.
“Lo que siempre me temí, ya ha llegado”, me anunciaba en octubre. No tenía vuelta atrás, porque el cese venía “por una presión expresa de La Moncloa”, decía. Pedía consejo. ¿Qué hacer?
Con la alegría de quien no se está jugando su propio puesto de trabajo, le propuse el recetario de Don Quijote; poner en evidencia a los censores con escándalo. Lo más importante es no hacerles el juego, llamar a las cosas por su nombre. Llevar la honestidad hasta sus últimos extremos. Será un glorioso desastre para tu carrera, porque te sentirás orgulloso ante tu consciencia. (Seguir leyendo)
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