Bolonia lleva tiempo ya en el ambiente. Mucho se ha dicho y hecho al respecto, pero si algo está claro es que por doquier reina una confusión notable, confusión interesada y perfectamente orquestada por quienes, conscientes o no de lo que se cuece tras una reforma de la universidad europea, están consumando un expolio de dimensiones tan descomunales que sólo la historia podrá ponderar. Sin esta confusión, para cuyo éxito no se ha escatimado en gastos (13 millones de euros de los últimos Presupuestos Generales del Estado destinados a propaganda sobre Bolonia dan buena cuenta de la importancia del asunto), probablemente hubiese sido más difícil perpetrar este ataque crudo y directo contra la clase trabajadora, la comunidad universitaria, la ciencia y, en definitiva, las esperanzas de construir una sociedad basada en el saber, la verdad y la justicia.
En esta batalla desigual se encuentran de un lado todas las fuerzas del estado, los think tanks neoliberales, los medios de masas, mucho dinero y poco respeto por nada que no sea el beneficio privado del capital; del otro lado encontramos pocos medios materiales, unas fuerzas enérgicas, honestas y combativas pero escasas, y, eso sí, toneladas de razones. De ahí que, si por algo se ha caracterizado el movimiento Antibolonia, es sencillamente por tener mucha razón. Podría decirse que no era tan difícil tener razón cuando del otro lado lo único que había era propaganda, pero ello no haría justicia al fino trabajo teórico que, desde la lucha por salvar la Universidad, se ha ido llevando a cabo en los últimos años: traduciendo documentos, anticipándose a prácticamente todas las declaraciones oficiales, interpretando los textos legales, discutiendo colectivamente toda la información y tratando de abrir huecos en la coraza ideológica de la propaganda ensordecedora sobre Bolonia.
Esta Europa del capital, de la que tanto la derecha como la izquierda gestora son indiscutibles profetas, tiene sobrados recursos para mentir, manipular, engañar y manejar a su ciudadanía. Las apariencias puede cambiarlas: al fin y al cabo basta con tener suficiente dinero como para comprar el espacio público. Pero la realidad no puede cambiarla. Y señalar a esa realidad tozudamente una y otra vez es lo que no ha dejado de hacer el movimiento contra Bolonia. En un debate con garantías, tener razón es la única ventaja posible. En la lucha real, tener razón es esencial, pero no garantiza la victoria. Ahora bien, lo cierto es que no debe ser algo ligero cuando tantos esfuerzos se han hecho por evitar que las razones contra Bolonia salieran jamás a la luz. Por eso los destructores de la Universidad no dudarían, si es que hoy en día fuesen esos (y no otros probablemente mucho más eficaces) los medios posibles, a la hora de incluir estos dos libros en lo más alto del Índice de libros prohibidos.
¿Por qué? Por una sencilla razón: porque estos libros dicen la verdad sobre Bolonia, la dicen bien y, además, la dicen de tal manera que sería difícil tener problemas para no entenderlo todo. Si a esto le añadimos que la verdad en cuestión, es decir, el fin de la Universidad europea, es una realidad imposible de defender públicamente, entonces debería ser una noticia importante el hecho de que aparezcan dos síntesis físicas, en papel, que representan fielmente los argumentos del movimiento contra Bolonia. En primer lugar: porque es mejor informarse con un texto breve pero completo que navegar por las decenas de páginas web y blogs en los que sin duda se pueden encontrar infinidad de textos excelentes sobre el asunto, pero con la desventaja de que están demasiado dispersos. En segundo lugar: porque ambos libros están escritos desde dentro de la lucha, por representantes activos del movimiento estudiantil y por una de esas honrosas excepciones que, por su integridad y solidez teórica, casi por sí solas salvarían el papel histórico del profesorado en este proceso infame (en el cual han cumplido un papel ridículo, ignorante y servil en su mayor parte); me estoy refiriendo, claro, a Carlos Fernández Liria, quien ha escrito el primero de los libros, en colaboración con la estudiante de la UCM Clara Serrano, y prologado el segundo.
El primer libro se caracteriza sobre todo por su lucidez y contundencia, tanto más intensas cuanto más nos damos cuenta de lo breve que es en realidad y por mucho que pueda parecer lo contrario cuando, tras leerlo, nos damos cuenta de la cantidad de cosas que hemos aprendido. Pensado en un principio para explicar Bolonia al público joven, el libro logra que parezca fácil un asunto tan espinoso como es en el fondo el de Bolonia, y ello sin perder rigor demostrativo o precisión en los datos.
El segundo libro se trata de un libro colectivo en el que han colaborado fundamentalmente miembros activos del movimiento estudiantil madrileño. Se trata de un conjunto de artículos aparentemente separados, puesto que cada uno de ellos aborda un tema concreto: desde la historia del proceso hasta la peculiar concepción del conocimiento por parte del neoliberalismo pasando por el estado de la lucha, el asunto de la pedagogía, la necesidad del capitalismo de romper todas las conquistas humanas o la concepción de la Universidad Pública que habríamos de defender frente a este proyecto fundamentalista y grotesco. Pero lo cierto es que existe una unidad sistemática tal entre ellos que podríamos decir que se trata de un solo texto compacto y coherente, escrito por un solo cerebro que, por alguna contingencia azarosa, necesita de varias cabezas para poder pensar. Buena muestra de hasta qué punto es cierto que este movimiento estudiantil ha estudiado mucho el tema, el libro nos brinda un aparato teórico firme con el que hacer frente a Bolonia, y ello ya desde el título, en el que se afirma que Bolonia no existe, entendiendo por Bolonia el conjunto de mentiras rancias que nos han contado sobre este proceso neoliberal de desmantelamiento de la Universidad Pública.
Por eso, y mientras a la patronal no le venga en gana rehabilitar el Índice de libros prohibidos (algo que, al fin y al cabo, algún resultado positivo debería darles), bien haríamos en trabajar con estos libros. Quienes de alguna u otra manera están implicados con la Universidad y su defensa, porque pueden aprender mucho con ello. Y quienes, no estando directamente implicados con la Universidad, tenemos poca inclinación a que nos cuenten cuentos y jueguen con nuestros derechos, y preferimos saber qué se cuece en nuestro tiempo, porque no encontraremos una manera más sencilla y a la vez más exhaustiva de acercarnos al asunto.
En todo caso, queden estos libros como documento histórico de lo que ha sido y está siendo este movimiento social que no ha dejado de señalar con su tozudo dedo a esta apisonadora infernal e implacable que está acabando con el corazón de nuestra cultura y de nuestras esperanzas de Ilustración mientras tantos callan, obedcen, gestionan, aplican y todo ello siempre, siempre, con una ignorancia culpable.
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